
Cuando llega la primavera comienzo a mirar con el ceño fruncido el interior de los armarios y debajo de las camas. “Pesaj está llegando”, murmuro para mí misma, y suspiro.
“Pesaj está llegando”, repito, “y tengo más trabajo de lo que un ser humano podría llegar a hacer”. Luego suspiro de nuevo, dramáticamente.
Ni siquiera percibo a mi hijo, que ha estado observándome, hasta que lo escucho decir: “Bueno, al menos ya no estamos en Egipto. ¿No es cierto, mamá?”.
Lo miro por un segundo, avergonzada por lo que acaba de presenciar. Pesaj está llegando y yo perdí de vista lo más importante.
En el pasado, cuando tenía su edad, antes de saber sobre limpieza, cocinar e ir de compras, Pesaj era un tiempo maravilloso. La casa estaba fregada e inmaculada y se sacaban los platos de una-vez-al-año. Los utensilios se pulían tan brillosos que podía ver mi reflejo al revés en las cucharas. En la cocina había galletas de bizcochos, tortas de nuez, chocolates y merengues. En la mesa, mi Hagadá artesanal saldría finalmente de su bolsa plástica. Yo me estremecía por la excitación.
En algún punto del camino, perdí la magia.
El Seder era mágico. Quedarse despierta hasta tarde, comer con los adultos, todos los ojos sobre mí cuando cantaba “Ma Nishtaná”. Por una vez, a nadie le molestaban mis preguntas constantes. Nadie me callaba, o me susurraba: “Más tarde querida”. Por una vez, toda pregunta era importante, toda respuesta era bien pensada. Bebía de una copa de plata, como mi padre, como mi abuelo. ¡Sumergía mi dedo meñique en el jugo de uva diez veces y nadie me frenaba! Incluso cuando derramaba, recostada sobre mi almohada, a nadie le importaba.
Mi padre se veía majestuoso con su larga bata blanca, su kitel. “Ha Lajmá Anía, Este es el Pan Pobre”, entonaba y yo sentía un escalofrío bajando por mi columna vertebral. ¿Cuántos padres por cuántos años han dicho estas mismas palabras? ¿Cuántos niños se han sentado igual que yo, con los ojos abiertos, maravillados y escuchando? ¡Y la historia! Había héroes y villanos, reyes y esclavos. Mi mente se arremolinaba con la magia que había en todo.
El maror en mi matzá era amargo y picante. Sabía que lo sería porque me había parado junto a mi padre cuando lo rallaba a mano en un bol. Él usaba antiparras y aún así las lágrimas fluían por su cara. Pero en el Seder, él siempre me daba el doble de dulce jaroset de nuez que de maror, y me guiñaba el ojo cuando lo pasaba.
Luego tomábamos sopa de pollo caliente y carne hervida y kugels. Yo tragaba con dificultad esperando por el afikomán. ¡Qué alegría! ¡Qué poder asombroso en las manos de una niña de ocho años! ¡Pedir lo que quisieras, lo que sea! En ocasiones me excitaba tanto que no podía pensar en nada para pedir. Y además, ¿Qué más podía querer que este momento y esta noche?
Pero la mejor parte era invitar al profeta Eliahu. Yo respiraba hondo y abría la puerta. Afuera, la noche era negra y silenciosa. Pero yo creía que sentía una brisa y que su espíritu entraba. “¡Baruj Habá! ¡Bienvenido!” gritábamos y mirábamos el vino brillando en su copa.
Para entonces, mis ojos se cerraban y yo me recostaba sobre el hombro de mi madre. “¡Leshana Habá Birushaláim, el año que viene en Jerusalem!”cantábamos y ¡Shoin! ¡Shoin! ¡Shoin! ¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora! Golpeábamos nuestros puños contra la mesa, con tanta autoridad que sabía que el mesías escucharía y vendría. ¡Hoy a la noche!
¡Qué afortunada me sentía de ser judía en las noches del Seder! Saber que la historia había ocurrido para mí. Los sapos, los piojos, la oscuridad y la furia de Dios cayendo sobre sus cabezas sólo para que yo pudiera estar sentada aquí esta noche, en mi bata de terciopelo castaño, y hacer las preguntas y escuchar las respuestas. Sólo para que pudiera escuchar cómo los malos fueron castigados y los buenos fueron salvados y vivimos para contar la historia y esperar a que el Mesías nos redima de nuevo.
Pero llegó la mañana siguiente y no vino. Y pasaron los años y todavía no ha venido. Y yo me puse a hacer el trabajo pesado de mover el refrigerador y de revestir los cajones y de fregar la cocina. ¿Cuándo dejé de esperar? ¿Cuándo dejé de querer? En algún punto del camino me olvidé del objetivo. Perdí la magia.
Me olvidé que nosotros también podemos elevarnos de nuevo, si tan sólo creemos que Dios está de nuestro lado.
Me olvidé cómo se sentía saber que éramos elegidos. Que una nación pequeña y combativa fue cogida por la mano de Dios para ser Sus preciosos hijos. Que seguimos a Sus mensajeros y que dejamos el único hogar que conocíamos por la promesa de algo mejor. Que el humilde judío en Egipto, pobre, esclavizado, abatido, creyó de alguna manera que podía ser grandioso, que con Dios de su lado podría elevarse de nuevo.
En el trabajo pesado de nuestras vidas, en el caos y la confusión de nuestra cultura, me olvidé que nosotros también podemos elevarnos, si tan sólo creemos que Dios está de nuestro lado. Que también somos elegidos, que todavía somos especiales. Me olvidé. Ahora miro hacia atrás, hacia los tiernos ojos de mi hijo y todo vuelve a mí. No se trata de limpiar la cocina, es sobre contar la historia. Es sobre el milagro y la magia. Entonces, este año decido que dejaré de suspirar. Vendré a la mesa con los ojos abiertos de nuevo de par en par y escucharé la historia que se renueva cada año gracias a nuestros hijos, escucharé sus preguntas y escucharé nuestra fe en las respuestas.
Este año, traeré la magia de vuelta.
La Hagadá no es sólo sobre el Éxodo de Egipto. Mira debajo de la superficie y encontrarás un rico texto implícito que imparte lecciones esenciales sobre gratitud en general y sobre cómo agradecerle a Dios por la benevolencia Divina.
El nombre de la Hagadá viene del verbo hebreo: “lehaguid”, “relatar”. Hay otros verbos que significan “relatar”, pero “lehaguid” implica relatar poniendo atención en los detalles.
En la noche del Seder recapitulamos los pormenores de lo que realmente ocurrió. Nos detenemos y reflexionamos sobre los detalles.
Cuando cantamos “Dayeinu”, enumeramos lo que pareciera ser una cuenta detallada de todo lo que Dios hizo por nosotros para sacarnos de Egipto. Después de cada línea, decimos “dayeinu”, hubiese sido suficiente si eso hubiese sido todo lo que Dios hizo por nosotros. ¡Pero espera!, ¡hay más! El siguiente verso enumera otra cosa. Decimos “hubiese sido suficiente”... demostrar que reconocemos y apreciamos el beneficio de cada cosa que Dios hizo por nosotros.
En nuestro Seder, siempre uno de los invitados se queja: “Pero en realidad nohubiese sido suficiente si Dios hubiese dividido el mar para nosotros pero no nos hubiese cruzado a tierra seca. ¡No hubiésemos sido salvados, y todo el objetivo de sacarnos de Egipto hubiese sido anulado!”.
La lista detallada de “Dayeinu” no es para afirmar que los pasos que siguen a cada ítem son prescindibles. Dayeinu no es una afirmación intelectual, sino una actitud, un sentido de completitud, de haber recibido tanto que uno se siente satisfecho.
La consciencia de Dayeinu es lo opuesto a la actitud “Él/ella/ellos no hicieron lo suficiente por mí”. Una vez tuve una conversación con un joven que estaba lleno de quejas sobre sus padres. Le pregunté: “Cuando eras niño, ¿te cuidaban cuando estabas enfermo?”.
Respondió: “Obvio, todos los padres lo hacen”.
“¿Te proveyeron con ropa, libros, juguetes, una bicicleta, y tu propia computadora?”.
“Obvio, ¿pero qué importa?” contestó. “Hay muchas cosas que no me dieron”.
La base de toda relación amorosa –con los padres, con la pareja, o con Dios— es la apreciación. Y la base de la apreciación es darse cuenta y ser agradecidos por cada cosa específica que recibimos. “Dayeinu”.
Justo antes de cantar “Dayeinu”, la Hagadá relata un desacuerdo entre Rabí Yosi HaGalili, Rabí Eliezer y Rabí Akiva sobre cuántas facetas hubo en las Diez Plagas y exactamente cuántos milagros ocurrieron en la partición del Mar de los Juncos.
En muchos Seders, esta sección produce como respuesta un malhumorado: “¿A quién le importa?” (especialmente entre quienes están hambrientos esperando la cena). Diez plagas, 50 plagas, 200 plagas. ¿Cuál es la diferencia?
El secreto de la gratitud es la especificidad. Digamos que por su aniversario de bodas, David le da a su esposa Rut una caja con forma de corazón atada con una hermosa cinta y llena de chocolates de diferentes formas y sabores. ¿Cómo hace David para saber si Rut realmente está agradecida? Si le agradece no sólo por los chocolates, sino también por la caja y la cinta, y mientras come cada uno de los chocolates señala: “O, este tiene forma de mariposa”. “Mira este, parece una joya”. “Este tiene sabor a moca, mi favorito”. Así David está seguro de que su gratitud es genuina.
La autoestima de un niño no se promueve con cumplidos generales. El niño desecha: “Oh, que hermoso dibujo que has hecho”, porque es una respuesta estereotipada, no es una alabanza real. Si quieres que se sienta bien por tu cumplido, sé específico: “Me gusta el color rojo con el que dibujaste las flores, es tan brillante. Y la mariposa con los puntos verdes y azules es la mariposa más feliz que vi en mi vida”. Los niños, que son expertos en discernir lo que es genuino, saben que la apreciación real se enfoca en los detalles.
Los sabios mencionados en la Hagadá conocían este secreto hace 2,000 años. Mientras más detalles señalamos, podemos ser agradecidos por más cosas. Si hubo cincuenta milagros adicionales en la partición del mar, eso significa que podemos agradecerle a Dios cincuenta veces más.
Pesaj es sobre desarrollar una relación amorosa con Dios. Dado que las relaciones amorosas están basadas en la gratitud, la Hagadá destaca todos los detalles del Éxodo, para que nos sintamos abrumados por la gratitud hacia Dios.
La relación que recibe este estímulo en Pesaj debe ser sostenida durante el año. Es por eso que el judaísmo ordena tres rezos al día, y las bendiciones que deben ser dichas antes y después de todo lo que un judío come o bebe. Cuando un judío es agradecido por cada cosa pequeña, se da cuenta de que nada es pequeño. Incluso un vaso de agua es una manera de conectarse con Dios, que lo creó. Amar a Dios significa ser agradecido por la forma asombrosa en que cada dedo se mueve, por el sistema inmunológico que funciona 24 horas al día, por la protección diligente, e incluso por los servicios provistos por los pequeños pelos de la nariz. Dayeinu.
Moisés, quien sacó a los israelitas de Egipto, estaba obsesionado con el sufrimiento. La primera declaración de la Torá sobre Moisés adulto es: “Moisés creció y salió hacia sus hermanos y vio su sufrimiento…” [Éxodo 2:11] Moisés no se aventuró hacia afuera del palacio del Faraón en una misión de búsqueda de información. De acuerdo al comentarista clásico Rashi, Moisés salió para contemplar el sufrimiento de los esclavos: “Dirigió sus ojos y su corazón para sentir dolor por ellos”.
Moisés, mimado por una educación en un palacio, no podía tolerar atestiguar el sufrimiento infligido sobre los esclavos hebreos. Cuando vio a un capataz egipcio golpeando a un hebreo, intercedió y mató al capataz. Al día siguiente, en lugar de relajarse en el palacio y felicitarse por un trabajo bien hecho, estaba de nuevo atraído hacia la escena del sufrimiento israelita.
De acuerdo a la tradición judía, Moisés es el autor del Libro Bíblico de Job, el texto clásico que lidia con la pregunta de por qué sufren los justos. Esta pregunta es esencialmente judía, dado que asume que la vida no es azarosa, que no está sujeta a los caprichos del destino, que hay un Dios de justicia y misericordia que está dirigiendo el asunto. Quizás es por eso que Moisés, quien experimento la revelación Divina directa más claramente que cualquier otra persona en la historia, estaba tan preocupado por el sufrimiento. Sabía que Dios nunca infligiría dolor gratuito.
Moisés sabía que Dios nunca infligiría dolor gratuito.
El Libro de Job descarta las muchas explicaciones ofrecidas por los amigos de Job, incluyendo el argumento de que todo el sufrimiento es un castigo por el pecado. Al final, Dios mismo le habla a Job. Pero en lugar de darle respuestas, le presenta preguntas, preguntas que señalan la insignificante escala del entendimiento humano en comparación a la infinitud Divina. En lugar de responder la pregunta de por qué sufren los justos, el Libro de Job afirma que este enigma cósmico no puede ser comprendido completamente por seres mortales.
La Torá relata que Moisés, el más humilde de los seres humanos, le hizo a Dios un pedido lleno de desfachatez. Pidió: “Hazme conocer Tus caminos”[Éxodo 33:13]. Rashi cita el Talmud, de que Moisés estaba preguntándole a Dios por qué permite que los justos sufran y que los malvados prosperen. Dios respondió: “No podrás ver Mi rostro, pues ningún ser humano puede ver mi rostro y vivir”. En cambio, Dios hace una concesión mística. Pone a Moisés en la grieta de una roca mientras Su gloria pasa sobre él, y luego le permite ver Su espalda. Una de las interpretaciones: En retrospectiva, a veces podemos ver los resultados saludables del sufrimiento, pero no desde el frente, cuando todavía está ocurriendo. No mientras los humanos “viven” en este mundo material y limitado.
Pastel de Calabazas con Rábano Picante
Imagina una mesa de acción de gracias en un lugar típico. La familia se ha reunido alrededor de ella para celebrar la supervivencia de los Peregrinos a través de su primer escabroso invierno en el nuevo mundo. Allí, junto al pavo y la salsa de arándanos, hay un bol con nieve, simbolizando el frío feroz que soportaron los Peregrinos. Junto a eso está el emblema de un cementerio, para recordar los 45 (de los 102) Peregrinos que murieron durante ese primer invierno. Y el pastel de calabaza está adornado con rábano picante para que nadie olvide cuánto sufrieron los Peregrinos.
La pregunta: “¿Cuál es el propósito del sufrimiento?” revolotea sobre el Seder.
Nadie estropearía la celebración del día de acción de gracias con los símbolos de sufrimiento, pero esto es precisamente lo que hacemos los judíos en Pesaj. La mesa del Seder incluye: “agua salada” que simboliza las lágrimas que los esclavos hebreos derramaron, “jaroset” simbolizando el mortero utilizado en la agobiante labor de construir, y “hierbas amargas”, alimentos para experimentar de nuevo el amargo sufrimiento de nuestros ancestros. Incluso la matzá, “el pan de la libertad”, también es aludida como “el pan de la aflicción”, la comida de esclavos empobrecidos. La Hagadá, la historia de la redención, dedica largos pasajes a descripciones detalladas de la servidumbre y del sufrimiento en Egipto. ¿Qué clase de celebración de nuestra redención es esta?
De hecho, el Seder refuerza la interrogante que es el enigma de la celebración de Pesaj: Celebramos que Dios nos sacó de Egipto, ¿pero quién sino Dios nos puso en Egipto en primer lugar? Las Diez Plagas tenían el objetivo de enseñarle tanto a los israelitas como a los egipcios que Dios tiene control absoluto sobre la naturaleza y que Dios dirige el mundo minuciosa y detalladamente. Dios podría haber detenido el inmenso sufrimiento de los judíos en Egipto mucho antes de lo que lo hizo. La pregunta empecinada que han hecho los judíos desde la época de Moisés -¿Cuál es el propósito del sufrimiento?- revolotea sobre el Seder como una presencia misteriosa.
Claramente, el Seder trata sobre la conexión entre el sufrimiento y la redención. El Seder es la excitante declaración de que la redención es una consecuencia del sufrimiento. El sufrimiento rompe con lo superfluo y superficial, y pone al desnudo lo más importante. Quienes sufren, descubren niveles de fortaleza y trascendencia que no sabían que poseían. Por supuesto, los seres humanos tienen libre albedrío. Una persona puede elegir responder al sufrimiento con amargura y resentimiento. Pero para la persona que elige de otra manera, el sufrimiento puede conducir a la grandeza.
De hecho, los sabios se refieren a los años de tortura en Egipto como el “kur habarzel - el crisol de hierro”, empleando la metáfora de la vasija que utilizan los orfebres para refinar la plata. Hace muchos años, un grupo de mujeres estudiando el libro bíblico de Malají se sorprendió con el versículo: “[Dios] se sentará como un refinador y un purificador de plata, y purificará [al pueblo judío]” [Malají 3:3]. Curiosa sobre cómo el proceso de fundido de plata aplica al trato que Dios le da al pueblo judío, una mujer fue a observar a un orfebre en su trabajo.
Mientras el orfebre sostenía una pieza de plata sobre el fuego, explicó que necesitaba sostener la pieza en donde las llamas eran más fuertes, para quemar todas las impurezas. La mujer, recordando el versículo bíblico, le preguntó si tenía que sentarse todo el tiempo durante el cual la plata estaba siendo refinada. El orfebre respondió que no sólo tenía que sentarse y sostener la plata todo el tiempo, sino que también tenía que mantener su cuidadosa atención sobre ella, porque si la plata era dejada en la llama por mucho tiempo, se destruía.
“¿Cómo sabes cuándo está completamente refinada?”, preguntó la mujer.
“Es fácil”, contestó. “Cuando puedo ver mi imagen en ella”.
La metáfora del profeta era clara: Dios sostiene al pueblo judío en la parte más caliente del fuego del sufrimiento para poder purificarnos completamente, pero está con nosotros durante todo el proceso y nunca quita sus ojos de nosotros ni permite que seamos destruidos. Y la purificación estará completa sólo cuando Dios pueda ver su imagen reflejada en nosotros.
¡No en una Boda!
Mijal Franklin, la hija de nuestros vecinos, fue asesinada en un ataque terrorista. La amorosa y gentil niña de 21 años había terminado su último día de colegio y estaba parada cerca de una parada de ómnibus de Jerusalem cuando fue volada por un terrorista suicida árabe. Hasta ahora, ocho años después, no puedo escribir sobre la muerte de Mijal sin llorar.
Bajo la jupá, él iba a hablar sobre su hermana asesinada.
Cinco años después del asesinato de Mijal, su hermano menor David se casó. Como invitada a la boda, conocía mi papel: iba a sonreír, actuar felizmente, y bajo ninguna circunstancia iba a mencionar la tragedia familiar. Parada cerca de la jupá durante la ceremonia, fui sorprendida al escuchar que el novio quería hablar. Mientras le llegaba el micrófono a David, todo mi cuerpo se tensionó. Sabía que iba a hablar sobre su hermana asesinada. Cerré mis ojos y emití una plegaria silente: “¡Aquí no! ¡No ahora! ¡No mancilles la alegría de tu boda con la tinta negra de la terrible muerte de Mijal!”. Sentí que mis rodillas comenzaron a colapsar, pero era demasiado tarde.
“Quiero mencionar bajo mi jupá a mi hermana Mijal, quien no está aquí a mi lado en este día tan importante. Mijali fue asesinada en un ataque terrorista en Jerusalem hace cinco años. Siento su ausencia”.
Ahí estaba: las hierbas amargas en el medio de la celebración de Pesaj. Después que David habló, le devolvió el micrófono al rabino. La ceremonia continuó y concluyó. Luego pasó algo admirable. Una explosión de alegría hizo erupción como un manantial, como viniendo desde la profundidad de la tierra. Terminó siendo la boda más alegre a la que alguna vez asistí. La gente bailaba con exaltación, sonrisas felices iluminaban las caras de todos. El júbilo era palpable. Y el pináculo de la euforia llegó cuando, en el medio del círculo de mujeres, la novia bailó con Sara, su nueva suegra (la madre de Mijali), y con su madre, una sobreviviente de Auschwitz. Las tres hicieron un círculo de sufrimiento y alegría entrelazados que nos elevó a todos a otra dimensión.
No puedo explicar cómo pasó. Sólo sé que pasó.
La Espalda de Dios
Celebramos el nacimiento de la nación judía tanto con sufrimiento como con los milagros.
El Seder nos enseña que el sufrimiento causa redención. Pero, como aprendió Moisés, sólo podemos ver “la espalda de Dios”. Sólo en retrospectiva, con el paso del tiempo, incluso de épocas, el sufrimiento es interpretable, y a veces, incluso no es del todo interpretable en este mundo físico. La mayoría de las madres cuyos bebés fueron brutalmente arrancados de ellas por los soldados egipcios y tirados al Nilo no vivieron para atestiguar el Éxodo de Egipto. Y para aquellas que lo atestiguaron, ¿salieron de Egipto con una sensación de triunfo o con el semblante afligido que a veces reconocemos en los sobrevivientes del Holocausto? Sin dudas, para muchas hizo falta la Partición del Mar y la Revelación en Sinaí para convencerlas de que las profundidades de su profundo sufrimiento las había convertido en el pueblo capaz de experimentar las alturas de la Redención y de la Revelación. Sólo mirando hacia atrás pudieron discernir que el dolor era parte de un proceso purificador y redentor que lo hizo comprensible, y valioso.
Al sentarnos en nuestras mesas del Seder este año, con la perspectiva de más de 3300 años que nos separan del Éxodo, celebramos a la nación judía que nació tanto a través del sufrimiento de Egipto como de los milagros de la Redención. Apreciamos que los dos juntos son los padres que nos engendraron.
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